Sobre mí
Nací en un pueblecito manchego en el seno de una familia cristiana. Era un pueblo muy pequeño. Me atrevo a decir que mi familia era la única familia cristiana no católica que la mayoría de los lugareños había conocido. Ese era un dato bastante notorio, apuesto a que más de uno nos conocería solo por eso. Desde muy pequeña, en el colegio, tuve que hacer frente a la curiosidad de mis amigos y compañeros de clase. “¿De verdad no te lavaron con agua santa cuando naciste?” “¿Irás al infierno cuando te mueras?” “¿Por qué no eres amiga de la virgen?” A menudo me quedaba callada tratando de procesar cada pequeña intromisión e intentando buscar explicaciones que acallaran mis propias inseguridades. No tenía respuestas. Las preguntas me incomodaban. Sin embargo, y aunque sin argumentos, esos pequeños interrogatorios me dieron la oportunidad de reflexionar sobre qué significa de verdad eso de ser cristiano y qué es exactamente aquello que hace diferente a un seguidor de Jesús. Por supuesto, no siempre vi esto como algo positivo, pero creo que fue algo importante en mi crecimiento, y en el posterior desarrollo de mi fe.
Llegó la adolescencia, y con ella la incomodidad se convirtió en vergüenza. No me agradaba ser diferente; no encajaba entre los otros, que parecían no conectar tampoco conmigo. Dios no era en verdad una realidad en mi vida, pero después de años asistiendo religiosamente a la iglesia y participando en la escuela dominical, sí tenía algunas ideas sobre Él en mi mente.
Alrededor de los 15 años era una chica poco sociable y sin apenas amigos. Decidí comenzar a explorar la Biblia y desarrollé una especie de amistad secreta con Dios. Secreta porque nunca hablé con nadie sobre ella. Podía pasar horas leyendo la Biblia y tratando de buscar respuestas en libros y estudios bíblicos a mis innumerables preguntas sobre el amor de Dios. Escribir poemas, canciones y cartas a Dios se convirtió en mi forma de expresar lo que sentía durante los solitarios y tristes años de mi incipiente juventud. La universidad dio un vuelco a mi vida. Descubrí que había más personas como yo, marcadas por ese Amor incomprensible. Comencé a relacionarme con otros y a entender, muy lentamente, en qué consistía eso de amar.
Desde entonces, los años han corrido como locos. He tenido la oportunidad de conocer a gente maravillosa, que me ha ayudado a crecer. He sufrido, sin embargo, el desprecio y el abuso de otros. He reído, he llorado, he vivido y me he sentido morir. He viajado por el mundo. He estudiado. He dedicado horas y esfuerzo a muy diferentes trabajos, más recientemente como docente universitaria e investigadora. He tenido que reinventarme varias veces a lo largo de mi vida. Me formé como educadora, y me especialicé en emociones, después me introduje en el mundo de la filología. Conseguí finalizar con éxito dos doctorados en áreas completamente distintas. El estudio personal de la Biblia ha formado siempre parte de mis rutinas en épocas de escasez y de abundancia. En 2019, animada por gente que me quiere, me atreví a publicar mi primer estudio bíblico, una serie de notas personales escritas para mí misma en una época muy difícil de mi vida. Desde entonces personas de diferentes contextos y lugares han contactado conmigo para pedirme que siga publicando.
Después de todos estos años, y de haber conocido a cientos de mujeres y hombres diferentes, he entendido, por fin, que en realidad no existen solo dos tipos de personas como yo creía: aquellos que piensan y sienten como yo y aquellos que lo hacen de otro modo; en realidad existen tantos humanos como cada individuo creado por Dios, cada uno de ellos con Su firma inherente, lo que los hace idénticos a otros y tan diversos a la vez.